1212: Las Navas

Publicado en: 2012
Sinopsis: Septiembre de 1211, Anno Domini. Salvatierra, el solar de la Orden de Calatrava, ha caído. El califa almohade Al-Nasir ha reunido un ejército de decenas de miles de hombres y avanza hacia el norte con intención de completar la obra que su padre inició años atrás en Alarcos: erradicar por completo de la Península a los reinos cristianos.
Para evitar la aniquilación, los cristianos se ven obligados a emplear todas sus fuerzas. Alfonso VIII, rey de Castilla, forja alianzas y prepara la guerra con ayuda del papa Inocencio III, que declara la Cruzada e insta a todos los hombres de la Cristiandad a que acudan a combatir en España.
A través de los ojos de cuatro cristianos y tres musulmanes, esta novela coral narra cómo se gestó la épica campaña que desembocó en la batalla de Las Navas de Tolosa, una de las más trascendentes y sangrientas de toda la Edad Media.

Opinión:
Cuando estudiaba Historia en el colegio (de eso hace ya bastantes años) hubo dos fechas que me resultaron fáciles de aprender y que no se me olvidaron. La primera fue 1492, la fecha del descubrimiento de América por Cristóbal Colón. La segunda fue la de la batalla de Las Navas de Tolosa, el doce doce.

Paradojas del sistema educativo, tuvieron que pasar unos cuantos años, y darme cuenta de que la Historia es algo más que una colección de fechas y nombres, para comprender la importancia de esa batalla y alguno que otro para saber la diferencia entre un almorávide y un almohade, y que narices tenían que ver con el califato de Córdoba (¿califato o emirato? ¿pero no era el reino de Granada?).

Para entender la importancia de esta batalla hay que remontarse a unos cuantos años atrás, como mínimo hasta 1195, año en que tuvo lugar la batalla de Alarcos, aunque es mejor llegar hasta el 1145, año en el que los almohades llegan a la Península. Pero resulta extraño hablar de los almohades y no de los almorávides, y para eso hay que atrasar los relojes 60 años más.
Lo mejor es dejarnos de tonterías y remontarnos hasta el siglo V y la caída del imperio romano (prometo ser breve, aun a costa de incurrir en alguna que otra imprecisión). Como siempre, si ya te conoces la historia puedes ir directamente al apartado de EL LIBRO.

LA HISTORIA

En el año 400 el imperio romano de occidente se encontraba en plena decadencia y estaba abocado a su desaparición; aunque ellos aun no se habían dado cuenta, los pueblos germánicos lo vieron muy claro y decidieron hacerse con su trozo del pastel. Así, en el invierno del 406 los suevos, los vándalos y los alanos se unen y, aprovechando que está helado, cruzan el río Rin (junto a ellos también cruzaron sármatas, gépidos, hérulos, sajones, burgundios y alamanes, pero estos no legaron tan al sur).

En el 409, cansados ya de saquear la Galia, cruzaron los Pirineos y se asentaron en Hispania. Pero su "felicidad" iba a durar poco ya que solo siete años después aparecen en escena los visigodos, poco dados a eso de compartir tierras; como resultado empieza una lucha de todos contra todos, con cántabros y vascones como espectadores privilegiados.

Los primeros en salir de escena fueron los alanos, que fueron derrotados por los visigodos en el 418 y, ante la posibilidad de ser absorbidos por ellos, prefirieron integrarse con los vándalos.

Pero los vándalos, ya con los alanos en sus filas, llegaron a la conclusión de que tanta pelea no era para ellos y que se estaba mejor en el norte de África y en el 429 cruzaron el estrecho, dejando la Península Ibérica en manos de los suevos y los visigodos.

Los suevos resultaron ser bastante más duros de roer de lo esperado y consiguieron resistir hasta el 585, año en el que fueron derrotados definitivamente por los visigodos.

Así llegamos hasta el 710, año en el que muere Witiza, que fue el trigésimo cuarto rey de los visigodos en poco más de siglo y medio (si hacéis las cuentas veréis que Rey de los Visigodos era una profesión de alto riesgo). A su muerte aparecieron dos candidatos al trono, su hijo Agila y Rodrigo, gobernador de la Bética.

Como parece que Agila llevaba las de perder decide llamar en su auxilio a los vecinos del otro lado del estrecho, que ya no eran los vándalos sino el califato de los Omeya, quienes en el año 711 desembarcan en estas tierras y derrotan a Rodrigo en la batalla de Guadalete.

Cuando Agila daba ya por echo que recuperaría el trono, los Omeya decidieron que ya que estaban aquí lo mejor era quedarse y en el 718 dominaban casi toda la península y el sur de Francia, llegando incluso atierra de Borgoña hacia el año 725.

Pero en el año 722 sufren su primera derrota en la batalla de Covadonga, apareciendo así el reino de Asturias. Posteriormente son derrotados en el 732 por los francos en la batalla de Tours, viéndose obligados a retroceder hasta este lado de los Pirineos.

Pero las cosas no fueron del todo bien para los Omeya en su tierra natal, Damasco, ya que en el 750 fueron derrocados por los abasíes, quienes ordenaron la ejecución de toda la familia Omeya. El único superviviente, Abderramán I se refugió en Al-Ándalus y en el 756 proclamó la independencia, apareciendo el emirato de Córdaba.

Mientras tanto, a finales del siglo VIII, los francos, convertidos ya en el imperio carolingio deciden asegurar su frontera sur y lo hacen creando una serie de condados semi independientes a este lado de los Pirineos, la conocida como Marca Hispánica, que sería el germen de la corona de Aragón.

La situación se mantuvo más o menos estable hasta que en el año 929 Abderramán III decidió que ya estaba bien de emirato y que lo que él se merecía era un califato (la diferencia principal es que un emir gobierna un territorio independiente pero está sometido religiosamente a un califa).

Para entonces los musulmanes ya llevaban casi tres siglos aquí, y se les habían pegado algunas de las costumbres más arraigadas por estos lares, el amor al terruño y la afición a los golpes de estado. El califato de Córdoba duró poco menos de un siglo ya que en el 1009 hubo un golpe de estado  y todo se vino abajo como un castillo de naipes, ya que paulatinamente se fueron declarando independientes todos los gobiernos locales, apareciendo así los llamados reinos de taifas, y desembocando todo en la desaparición del califato en el año 1031.

Hay un dicho popular que reza "a río revuelto ganancia de pescadores" y eso es lo que ocurrió ya que los treinta y cuatro reinos de taifas comenzaron a batallar entre ellos, situación que aprovecharon los reinos cristianos para iniciar su expansión hacia el sur, llegando a conquistar la taifa de Toledo en el año 1085.

Esto supuso una seria advertencia para las taifas restantes, las cuales decidieron llamar en su ayuda al nuevo poder imperante en el norte de África, los almorávides, caracterizados por su fiereza en combate y por el férreo seguimiento de los principios del islam.

Los almorávides cruzan el estrecho y en el 1086 derrotan a derrotan a castellanos y leoneses en la batalla de Sagrajas. Pero cuando los reinos de taifas pensaban que ya había llegado la tranquilidad, los almorávides deciden quedarse con todo (¿os suena de algo?) y en la primera década del siglo XII ya ha sometido a todas las taifas restantes.

Pero a estos tampoco le iba a durar mucho su dominio ya que hacia el 1125 aparecen en escena los almohades en el actual Marruecos, quienes descontentos con la relajación religiosa de los almorávides deciden derrocarlos.

Las noticias no tardan en llegar a este lado del estrecho y hacia el 1140 las taifas, fieles a las costumbres, vuelven a independizarse, apareciendo veinte nuevos reinos que disputan el poder a los almorávides.

Esta vez su independencia iba a durar mucho menos ya que los almohades cruzaron el Mediterráneo en el año 1145 y se dedicaron a "unificar" las taifas ante el nuevo empuje de los reinos cristianos.

Pero si durante estos cuatro siglos la historia de Al-Ándalus puede calificarse, cuanto menos, de convulsa, la de los reinos cristianos tampoco había sido un remanso de paz y tranquilidad.

En torno al año 810 aparece el que sería de Navarra, como territorio tributario del imperio carolingio y posteriormente, en el 824, bajo sumisión al emirato de Córdoba. Esta situación se mantuvo hasta principios del siglo X, cuando rompió con Córdoba e inició su expansión territorial.

En el año 910, a la muerte de Alfonso III, el reino de Asturias se dividió entre sus tres hijos, naciendo así los reinos de Galicia y León. Quince años después tanto Galicia como Asturias formaban ya parte del reino de León.

A la muerte de Fernando I de León, en el año 1065, el condado de Castilla es elevado a la categoría de reino y es legado a su primogénito Sancho, creándose así el reino de Castilla.

En el año 1096, Alfonso VI de León crea el condado de Portugal y se lo otorga a su yerno Enrique de Borgoña. Cuarenta y tres años después el hijo de Enrique se autoproclamaría rey de Portugal.

En la Marca Hispánica, los dieciseis condados originarios se han ido "fusionando" y en el año 1035 los condados de Aragón, Ribagorza y Sobrarbe se unen, creándose el reino de Aragón, y en 1164, tras la unión con el condado de Barcelona, formaría la Corona de Aragón.

Las relaciones entre estos cinco reinos fueron turbulentas, luchando entre ellos igual o más que contra los musulmanes. Sirva como ejemplo que en los años previos a la batalla de Alarcos (1195) el reino de Castilla había atacado al de León, arrebatándole varias ciudades. Como respuesta, Alfonso IX de León se alió con los almohades, hecho que le valió la excomunión. Esto sirvió de pretexto a los portugueses para invadir Galicia y a los castellanos, aliados con los aragoneses, para volver a atacar a sus vecinos occidentales. Ya con la ayuda de los almohades, los leoneses contraatacan a Castilla y conquistan parte de su territorio. Ante esta amenaza, Alfonso VIII de Castilla no duda en pactar a su vez con los almohades.

Hechos como estos no fueron una excepción, sino más bien la tónica dominante durante gran parte de la reconquista.

Esta es la situación que desemboca en la ya mencionada batalla de Alarcos. En el 1195 la derrota castellana fue de tal envergadura, y el empuje almohade tan fuerte, que la desaparición del reino de Castilla era algo más que una posibilidad remota.

Y si Castilla caía, tras ella probablemente caerían el resto de reinos cristianos en un efecto dominó imparable. Esto hizo que se aparcasen disputas y que antiguos enemigos se convirtiesen en aliados.

Por eso la batalla de Las Navas de Tolosa fue tan importante, porque de su resultado dependía muy probablemente quién iba a dominar España durante los próximos siglos.


EL LIBRO

Francisco Rivas debuta con este libro, en el que intenta mostrarnos la compleja situación que se vivía en España a inicio del siglo XIII y que condujo al enfrentamiento decisivo de Las Navas de Tolosa.

Para hacerlo nos cuenta la historia desde perspectivas diferentes, empleando siete personajes que representan a las principales fuerzas que entraron en conflicto:
  • Alfonso VIII de Castilla, el rey que forjó las alianzas y que dirigió el ejército cristiano.
  •  Roger Amat, un noble catalán atormentado por la reciente muerte de su esposa y que se dirige a la batalla únicamente porque su rey, Pedro II, lo convoca.
  • Íñigo, un joven noble navarro que acaba de hacerse cargo de las posesiones de su padre debido a la muerte de éste. Ansioso de aventuras y de conocer otras tierras, espera a que su rey, Sancho VII, decida si acude al combate o no.
  • Alfonso Giménez, fraile de la orden de Calatrava, superviviente de la pérdida del Castillo de Salvatierra frente a los almohades.
  • Ibn Wazir, noble andalusí que lucha por defender la tierra donde ha nacido.
  • Mutarraf, poeta granadino que decide alistarse con los «voluntarios de la fe», los muyahidines, voluntarios que acuden a la batalla buscando el martirio.
  • Sundak, mercenario turco, miembro de la temida caballería ligera de los almohades.
De estos personajes, solo Alfonso VIII, Ibn Wazir y Mutarraf existieron en la realidad.

Francisco Rivas se enfrenta al reto que supone contar una historia desde tantos frentes y conseguir que todos ellos atraigan al lector. A través de algunos de ellos conoceremos los hechos históricos, las alianzas forjadas y las fracasadas, así como la trascendencia de la batalla que se avecina. Otros nos servirán para conocer la forma en que pensaban las personas de aquella época.
 
La alternancia de personajes está, en líneas generales, bien conseguida, complementándose bastante bien entre ellos en la difícil tarea de contarnos lo que sucedió el los meses previos a la batalla. No obstante, algunos personajes nos aportarán poco a la historia, como Roger Amat o Sundak, convirtiéndose casi en prescindibles.
 
Especialmente interesante me ha parecido el personaje de Ibn Wazir, un noble que lucha por defender la que es la tierra natal de sus antepasados. En él se refleja muy bien el que debió de ser el sentir del pueblo andalusí, enfrentado a la necesidad de luchar junto a sus correligionarios, los almohades, a pesar de que estos los oprimían y despreciaban. Será uno de los pocos andalusíes que permanecerán en el frente de batalla y no se retirará antes de comenzar el enfrentamiento, como hicieron la mayoria de sus compatriotas cansados ya de las humillaciones de los almohades. Ibn Wazir no se queda a luchar porque comparta la postura de los almohades sino porque es lo que debe hacer para ser fiel a la palabra dada.

Otro punto a anotar en el "debe" del autor es la irregularidad que imprime al ritmo de la novela. Comparándola con una comida podríamos estar hablando de unos entrantes correctos, un plato principal insulso y un postre bastante bueno.
 
También es de reseñar que la obra podría estar mejor documentada y ambientada.

No obstante lo dicho, la columna del "haber" supera a la del "debe", sobre todo teniendo en cuenta que estamos ante la primera novela de un joven de veintitrés años que se atreve a debutar metiéndose de lleno en el difícil género de la novela histórica.

Valoración: Prometedor. Tres estrellas.

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