Se armó la de San Quintín



Autor: Nieves Concostrina
Género: Historia
Publicado en: 2012
Sinopsis: Tras el extraordinario éxito de Menudas historias de la Historia —40.000 ejemplares vendidos—, Nieves Concostrina vuelve a agudizar su ingenio para regalarnos más de trescientas nuevas historias, tan menudas y divertidas como la primera vez.
Una colección de sucesos, pifias y barrabasadas que ha rastreado siglo tras siglo y que no deja a nadie libre de una insólita peripecia: políticos, militares, reyes, artistas, obispos, inventores…
  • El encuentro de fútbol que irritó al Führer
  • ¡A por los templarios!
  • El calculador ojo de Saladino
  • La madre que parió a los Cien Mil Hijos de San Luis
  • La increíble boda de Quevedo
  • El emperador mocoso
Se armó la de San Quintín es una clara muestra de que la Historia NO es aburrida; que lo que hay que saber es contarla y transmitirla como lo hace la autora de este magnífico libro.

Opinión:
Conseguí este libro en formato digital y, animado por el éxito de su anterior libro "Menudas historias de la Historia" (tristemente, que un libro en España venda 40.000 copias es un gran éxito) empecé a leerlo con la esperanza de encontrarme ante un buen libro sobre anécdotas de la historia. La esperanza me duró diez páginas. Si hubiese ido a comprar el libro a una librería tradicional nunca habría salido de allí con él bajo el brazo ya que lo habría hojeado antes y me habría dado cuenta de lo malo que es.

La idea del libro no es nada mala. Recopilar una serie de hechos históricos, desde los más conocidos -como el que da título al libro- hasta algunos prácticamente anecdóticos por lo desconocido de los mismos, y explicarlos de forma entretenida y hasta graciosa, me parece algo tremendamente acertado.
Si se hace bien el resultado es atractivo tanto para los aficionados a la materia (como yo) como para los profanos en el tema, pues es una manera perfecta de demostrar lo que se dice en la reseña "oficial", que la Historia no es ese peñazo que muchos recordamos del colegio si no que es divertida y "lo que hay que saber es contarla y transmitirla".
El problema del libro es que no lo hace bien, obviamente para mi gusto. No es porque el tono del libro sea excesivamente jocoso, que en ocasiones lo es, es que la extensión que dedica a cada historia es irrisoria. Está claro que la finalidad de este libro no es hacer un estudio en profundidad de cada uno de los episodios escogidos -para eso ya existen estudios históricos "serios" que lo hacen- pero de ahí a dedicar poco más de una página hay un mundo. Pienso que, por citar uno de los muchísimos despropósitos citables, reducir la batalla de San Quintín a un "tú me invades Italia pues yo te invado Francia desde Flandes y al final construyo el monasterio de San Lorenzo del Escorial" es hacerle un flaco favor a la Historia, reduciéndola a poco más que chanza y anécdota (qué menos que emplear tres o cuatro páginas para explicar por qué se llegó a esa situación, qué ocurrió y qué consecuencias tuvo)

Como ejemplo, aquí tienes el capítulo que abre el libro. Si lo lees verás que consigue sintetizar la Historia en muy pocas líneas (cosa que tiene gran mérito), pero para conseguirlo transforma el inicio de las disputas entre absolutistas y liberales, que perduraron hasta entrado el siglo XX, en poco más que en el capricho de un "niño" al que su tío se lo consiente todo.



¿Cuál es el santo más fecundo del mundo? San Luis, el de los Cien Mil Hijos, y todos ellos, a la vez, comenzaron a invadir España el 7 de abril de 1823. Quienes se han dedicado a contarlos dicen que eso de cien mil es una fanfarronada, porque solo eran noventa y cinco mil y pocos. Exactamente, 95.062. Da igual. Para el caso es lo mismo. Vinieron en ayuda del mastuerzo de Fernando VII, que había pedido ayuda a su tío francés Luis XVIII. «Tío… tiíto… que mis malditos súbditos quieren que acate una Constitución… échame un cable, anda…». Y su tío le dijo: «Tranquilo, sobrino, voy para allá».

Antes de continuar, una aclaración. A partir de este momento y a lo largo de todo el libro, la mención del nefasto Fernando VII irá siempre acompañada de un adjetivo descalificativo. Es el particular homenaje en 2012 (año de edición de este libro) al bicentenario de La Pepa, aquel primer intento constitucional que pretendió librarnos de ser súbditos para convertirnos en ciudadanos. El ruin de Fernando VII lo impidió… y así nos ha ido.

Al lío.

Atendiendo a la llamada de socorro del pérfido Fernando VII, Luis XVIII anunció a las Cámaras francesas que cien mil franceses estaban dispuestos a marchar invocando a San Luis para conservar en el trono de España a un nieto de Enrique IV. El nieto era el rufián Fernando VII, y el abuelo, el primer Borbón francés. Que además no era su abuelo, sino mucho más allá de tatarabuelo. Pero bueno, es un detalle sin importancia. Todos eran borbones.

A los franceses de a pie no es que les cayera muy bien la idea de invadir España, porque ya habían acabado hasta el gorro de tanta guerra con Napoleón como para meterse en otra, pero al final se impuso el santo empeño del rey.

Y si hartos estaban los galos, más hartos estaban los españoles. Hacía solo diez años que nos habíamos librado del Bonaparte, y otra vez los franceses encima. Por eso cuando aquel 7 de abril atravesaron los Pirineos, los primeros destacamentos de los Cien Mil Hijos de San Luis, más que una invasión fue un paseo militar. Salvo los liberales más concienciados, nadie plantó cara. Los españoles veían pasar franceses como quien oye llover. Y encima traían órdenes de portarse muy bien con la población y de ir siempre muy bien arregladitos y aseados. ¿Han oído eso de «Eres más bonito que un San Luis»? Pues viene de entonces, de la buena impresión que dejaron los Cien Mil Hijos.

Vista la desidia, a los constitucionalistas no les quedó más remedio que poner tierra de por medio. Se llevaron el Gobierno de Madrid a Sevilla, y de Sevilla a Cádiz… y porque en Cádiz se acababa España y ya solo quedaba batallar. Si no nos separara de África el estrecho de Gibraltar, los liberales habrían acabado en Ciudad del Cabo huyendo de la prole francesa.

Y hasta Cádiz llegaron los Cien Mil Hijos de San Luis.

El 30 de septiembre de 1823 las Cortes de Cádiz tuvieron que rendirse, liberar al patán de Fernando VII y devolverle su absolutismo para que hiciera lo que le viniera en gana. No se pudo hacer otra cosa, porque los diputados estaban sitiados por tierra y por mar y Cádiz recibiendo bombardeos por los cuatro costados. Aquel fue el día en que Cádiz se acordó de la madre que trajo al mundo a aquellos cien mil hijos.
En los años previos a aquel mal día, las Cortes habían atado corto al rey porque era un peligro público en cuanto lo dejaban suelto. En su momento juró acatar la Constitución de 1812, pero en cuanto los diputados se daban la vuelta, se retractaba y decía que eso de los derechos constitucionales era una auténtica chorrada. Por eso, allá donde iba el Gobierno también iba el tarugo de Fernando VII.
Y en poder de las Cortes estaba el rey cuando aquel 30 de septiembre claudicaron ante los Cien Mil Hijos. Aceptaron liberarlo y, aunque no estaban como para poner condiciones a su rendición, las pusieron: lo harían si el Borbón firmaba que se olvidaría de todo y que no se tomaría la revancha. El falaz Fernando VII dijo que sí, que dónde había que firmar, y días después, tal y como era su costumbre, de lo dicho nada de nada.
La emprendió con los liberales, y España entró en la famosa Década Ominosa, aciaga… fatal. Y porque el cenutrio del rey se murió; si no, en vez de una década siniestra hubiéramos tenido dos… o tres.

Si te ha gustado la historia, compra el libro sin ningún miedo ya que te encantará .

Valoración: La palabra que acude a mi mente cuando intento describir el libro es decepcionante. Una estrella y un consejo, antes de comprar un libro por internet, si puedes acude a una librería y échale un vistazo.

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